El volante todavía no lo ha soltado, sigue conduciendo su coche con el que hace recados a sus hijos (tiene tres) y traslada a sus nietos (son 6 que van de los 22 a los 14 años) allí donde necesiten, “porque a mí no me cuesta y, además, puedo presumir de que me quieren con locura”.
Cuando se le pregunta por la diálisis su respuesta es: “me va bien, no tengo queja”. Y asume, como algo rutinario, su tratamiento que sigue cada lunes, miércoles y viernes de 7 a 11 de la mañana. “Me levanto a las 5 de la mañana esos días y el resto a las 7 o 7.30. Me gusta madrugar”.
Si se le pregunta de nuevo por este tratamiento, reconoce que cuando le dijeron que tendría que dializarse, no le gustó la noticia. Sin embargo, se planteó cómo tomarse esa nueva etapa y se preguntó: “¿qué necesidad tengo de tener pesadumbre, de estar amargado o de amargar la vida a los demás? Si hay que ir, se va con alegría, y así lo hago”.
Su actitud es tan buena que varias familias con algún miembro en diálisis, y con mal estado anímico, han acudido a él para pedirle que hable con su familiar y le anime. “Yo les digo que piensen que están trabajando, que ir a la diálisis es como ir a trabajar. Y que lo bueno es que tenemos ese tratamiento, porque sin él nos iríamos al ‘otro lado’. Yo les pregunto: '¿tú te quieres morir? No, ¿verdad? Pues hay que aceptarlo sin dar disgustos a nadie, hay que ir con alegría, sin amargar la vida a nadie'. Porque cada uno tiene sus problemas y no puedes pasar tus problemas a los demás”.