Diez meses más tarde, la moneda volvió a girar y, como dice José, la lotería llamó a su puerta con un riñón compatible. “Estuve 15 años trasplantado y me fue muy bien. Durante esos años pude hacer mucho deporte, porque tenía más tiempo libre que nunca “.
Hace dos años y medio, la moneda volvió a girar: sufrió una grave infección respiratoria y perdió la función del riñón trasplantado. Desde entonces, está en hemodiálisis tres días por semana y reconoce que esta etapa está siendo más dura que las anteriores: “me pilla con más años, ahora tengo 64, y con más achaques”.
A pesar de que ahora ha limitado su actividad deportiva, continúa dando paseos con su perro por la playa y por la montaña y montando en bicicleta, “es la ventaja de vivir a 10 kilómetros de Cartagena, estoy entre el campo y la playa”. También cuida de su jardín y comparte el cuidado de su casa junto a su mujer Ascensión --“una santa porque los enfermos crónicos somos un poco tiquismiquis” --.
Ahora intenta tomarse todo “con mucha filosofía porque, aunque la diálisis a veces cansa, tenemos suerte de tener una máquina que suple a los riñones, con otros órganos no pasa lo mismo”.
Reconoce que, en alguna ocasión, ha dado ánimos a otras personas cuando les ha tocado comenzar con tratamiento de diálisis. “La diálisis es lo menos malo que te puede pasar, porque con otros órganos, como el hígado, cuando fallan no tienen este remedio”.
Contar con un sustituto del riñón es positivo, aunque no por eso deja de ser duro: “tener que ir un día sí y otro no a la hemodiálisis, con sus correspondientes pinchazos para pasar toda la sangre por la máquina, unas doce veces para depurarla y reducir el exceso de líquido, estar más de cuatro horas inmóvil en un sillón, de por vida, sin fiesta que valga…”.